El camino a Raul Marin Balmaceda no os lo podemos describir porque viajamos en el interior de la parte trasera de una furgoneta, cubiertos con una lona naranja fosforita. Sólo podemos contaros que fue uno de esos momentos en los que el tiempo pasa muuuyyyyy despacio, que tragamos mucho polvo, y que pasamos las horas entretenidos, sujetando con una cuerda el bidón de 100 litros con el que viajábamos, ya que a cada bache saltaba amenazadoramente.(Por cierto, el dinero que no gastamos en transporte público, nos lo gastamos en lavadora, ese mismo dia).
En la parte delantera, iban cómodamente sentados los “barqueros” que trabajaban en uno de los muchos ferris (“barcazas”) de los que el gobierno chileno dispone para que la población se desplace entre islas o penínsulas, sobretodo donde no llega la carretera.
Raúl Marín Balmaceda es una islita situada en la desembocadura del río Palena. Como parte de la Patagonia ancestral, es un paso al pasado, ya que hasta hace dos años no disponían de carretera que los comunicase con el pueblo mas cercano en tierra firme, solo podían alejarse del pueblo por mar. Ahora por lo menos tienen “carretera” (en España llamado “pista de tierra”), aunque las horas de trabajo de los barqueros para que tu coche pueda pasar de un lado a otro del río incluyen 4 horas de descanso a mediodía, a pesar de que el tiempo de viaje en barca son 5 minutos, y ellos vivan al ladito del embarcadero. En fin, ¡será que sus siestas sí que son sagradas!
En el pueblo, las calles son de arena, y sólo disponen de luz eléctrica –mediante generador- de 8 a 13 y 16 a 23 horas. Pueden solicitar luz extra, pero cada hora mas es una pasta.
Nos habíamos decidido a ir hasta Raul Marin Balmaceda porque en la Junta (pueblo cruce de caminos, por el que hay que pasar para llegar a cualquier otro de la zona, por tierra) habíamos visto un folleto en el que hablaban de rutas de trekking que se podían hacer. Además, desde ahí podríamos saltar a Chiloé, la isla token del turismo chileno.
Asi que vamos a la oficina de turismo, que para nuestra sorpresa todavía está abierta, en comparación con otros pueblos en los que tal servicio ya no funciona, puesto que estamos en otoño, y en la mayoría cierran hasta el verano.
La amable informante nos informa de que hemos perdido el barco a Chiloé, y el siguiente no sale hasta dentro de 4 dias.
- Muy bien, pues informanos de qué podemos hacer aquí…
- Podeis ir hasta la playa, y dar un paseo por ella.
- ¿Y qué rutas de trekking hay?
- En verdad no hay. Hay caminos por los que van los trabajadores, pero no están señalizados, y os perderíais. Es que aquí el turismo está empezando.
- Pero nos habían dicho que había…de hecho, ahí hemos visto un camino…
- Sí, pero no os lo recomiendo: vais a ir entre árboles, hasta que desaparezcan porque es zona de leñadores, y ya está.
- ¿Algo más que hacer?
- Hmmm,…en verdad no, porque aquí el turismo está empezando….
(pausa de varios minutos en silencio, tras la que la informante parece preparada para hacernos una confesión)
En verdad, a la entrada del pueblo hay un lodge que organiza cabalgatas a caballo, pero no paga a la asociación, así que oficialmente yo no sé nada).
- Por lo menos habrá un bar…
- Sí, pero no os va a gustar: es de locales.
- ¿Internet?
- No hay, desde el terremoto se cortó la conexión…
Por lo menos conseguimos una lista de hostales. Preguntamos en un par de ellos, y descubrimos que el regateo no funciona: cada uno tiene claro sus precios, y si te ven dudar, te explican que hay lugares mas baratos, indicándote claramente donde.
Nosotros vamos al que nos han dicho se come mejor, “Melinmollu”. Preguntada sobre si podemos utilizar su cocina, su respuesta sincera es “no lo sé. Nadie me lo había pedido nunca”. Idéntica respuesta obtenemos cuando le preguntamos el precio por usar la lavadora.
Definitivamente, están en la época del preturismo, y visto que el tiempo no acompaña, (¡cómo llueve!) decidimos que un par de días de descanso es suficiente: hay que huir de aquí como sea. Le comentamos a nuestra anfitriona el plan, y ponemos en marcha el dispositivo: Ella se comunica por radio-medio de comunicación habitual del pueblo- para saber si alguien nos llevaría de vuelta a la Junta, y nosotros vamos a los carabineros del pueblo, porque cada vez que sale un coche pasa por allí a preguntar si hay que llevar a alguien.
Como no hay suerte, tomamos la barcaza a un puerto que ya habíamos dejado al Sur, Puerto Cisnes, y nos preparamos para 12 horas de viajes entre fiordos, lobos marinos, cormoranes y películas con las que bombardean a los pasajeros durante todo el camino.
¿Y qué hay en Puerto Cisnes?
En realidad, poco. Una fachada de madera, pero estilo griego, en la biblioteca, una placita muy mona y un mirador. Hicimos kayak, acompañados por un león marino. La Puesta de Sol fue lo mejor.
Al dia siguiente estábamos haciendo autostop a la salida del pueblo (un vez mas, traicionados por el transporte público).
Como buenos autostopistas, estamos cargados de paciencia, y de recursos para afrontar las horas de indecisión, tirados en la carretera.
Aun así, el grado de desesperación va aumentando y queda reflejado en las conversaciones.
- Primeros 30 minutos: diálogos intranscendentes, del tipo “a ver qué suerte tenemos hoy” “cuanto tardaran en cogernos, y hasta donde”.
- Segunda media hora: Planificación, “Y qué haremos cuando lleguemos allí…”
- Más de 1 hora: Comienzan las estadísticas, “Cuántos coches han pasado, cuántos han dicho que sólo van hasta la esquina…¿qué pasará en la esquina??”
- Más de 2 horas: Conversaciones hipotéticas: “Y tu que harías si…” (por ej.: te toca la lotería, nos invadiesen los extraterrestres…)
- Más de 3 horas: Juegos prácticos:( porque estarás muerto de frío). Que si tirar una piedra al aire y darle con otra, que si dibujar mapas en el suelo…
- Mas de 5 horas: Desvaríos conversacionales: Cómo decorarías las casas de tus amigos, mandarías a tus hijos a la escuela pública o privada, calzoncillos bóxer o slip,…
Y justo cuando estábamos entretenidos con palo en mano, planificando la redistribución de la casa familiar, llegó el coche policial que nos llevaría de nuevo camino a…. ¡la Junta! (Menuda manera de estropear nuestro momento creativo).
Por cierto, los gendarmes chilenos nos parecen muy amables, al menos con los turistas. ¿Será Pinochet, que les habrá inculcado el deber de ayuda al viajero?
Donde nos dejan, nos vuelve a parar otro coche a la hora, con cuyas conductoras tenemos una conversación desconcertante sobre fenómenos paranormales, fantasmas vistos en diferentes puntos de la carretera por la que circulábamos, y extrañas luces aparecidas entre los valles.
Al llegar a la Junta, camino al lago Roselot, nos ofrecen llevarnos 5 coches, aunque ahora somos nosotros los que queremos estirar las piernas ¿Dónde estaban cuando los necesitábamos?
lunes, 7 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
¡Esos valientes! veo que ya estáis preparados para escribir el "KAMASUTRA DEL VIAJERO" (la furgoneta y yo, cien mil posturas).
ResponderEliminarSiento el retorno.
ResponderEliminarYa estáis en otro sitio.
Espero encontrarme allí con ustedes (jeje) en menos de 3 meses.
me gusta lo del libro
jeje
Abrazos
que feo que hagan comentarios fuera de lugar de los gendarmes!!!!!!!!
ResponderEliminarsi fueran españoles, seguro las hechaban del país!!!! irresponsables!!!! POR ESO, ARGENTINOS NO HAY QUE DAR UNA MANO A NINGÚN EXTRANJERO!!!! PORQUE ENCIMA QUIEREN QUE SEA GRATIS, NO LOS AYUDEMOS, QUE SE JODAN Ó QUE PAGUEN!!!!