Aquella noche nos habian reservado la mejor cama. Aun así no pegamos ojo, asi que intentamos irnos al Calafate en bus. Sin embargo la ausencia de billetes, y la amorosa resistencia de nuestros anfitriones hizo que nuestra unica opcion posible fuese la huida, "la gran evasion".
Asi que nos posicionamos de incógnito en la salida del pueblo, con las esperanzas puestas en que algún "auto" nos llevase al otro lado de la frontera, a 200 kilómetros.
Domingo por la mañana, fuera de temporada, ya estábamos advertidos de que "nadie va para allá". Durante un rato, los pocos coches que salian del pueblo hacia el desierto Patagónico, lo unico que hacian era disculparse por no poder llevarnos.Cuando nos acercaron al puesto fronterizo, habia poco mas que un local de souvenirs-cafeteria-ventadepasajes y un gendarme mas aburrido que nosotros, "es que los 3 buses del dia ya han pasado. Nadie pasa por acá", asi que nos estuvo informanco de las relaciones socioecómicas y políticas de Chile con sus paises aledaños (nada buenas, por cierto, aunque nos quedamos tranquilos de saber que el rearme armamentístico de de Chile "siempre será con caracter defensivo").
Llegaron algunos buses con turistas, asi que el gendarme se fue a trabajar, y nosotros a la cafetería. Allí habia un chofer argentino, Juan, que iba de regreso al Calafate, nuestro destino, pero que no podia pasar con pasajeros por la aduana, ya que solo tiene permitido llevarlos a Chile, pero no de vuelta a Argentina. Convenimos con él que caminaríamos con nuestras mochilas un trecho de los 7 kilómetros que separan el puesto fronterizo chileno y el argentino, hasta desaparecer de vista del primero, y allí nos dejaría antes de llegar a la segunda, y volvería a recogernos algo más adelante.
El plan llevado a la práctica fue un poco mas problemático:En el lado Chileno, ningun problema, ya que nuestro colegita el gendarme no tuvo ningún escrupulo en saltarse a toda la cola de turistas franceses que esperaban el sello de su pasaporte y hacer nuestros trámites primero (por cierto, qué buena educación la de los franceses); pero a los argentinos se les hacia raro 2 mochileros andando por una carretera de gravilla, cuando el siguiente pueblo está a 50 kilómetros.
Salimos de allí lo antes posible, y a las 4.30 estábamos en el Calafate, casi a la misma hora que Belén y Amparo habian llegado en el bus.
lunes, 19 de abril de 2010
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